viernes, 10 de abril de 2020

LA NATURALEZA Y EL PAISAJE EN LA GUERRA GAUCHA


El tratamiento de la naturaleza es ciertamente uno de los elementos que más contribuyen al valor literario de La guerra gaucha. Hay una vivencia directa de la naturaleza de la región en que la epopeya tuvo lugar. Lugones se trasladó a la provincia de Salta para conocer personalmente los escenarios de la lucha, para revisar archivos, recoger tradiciones orales y documentarse hasta el detalle sobre las creencias. los recuerdos y las actitudes que todavía perduran allí como mementos de un pasado glorioso.
Esta circunstancia explica la abundancia de descripciones que se encuentran en el libro, descripciones que adquieren en muchos casos un valor más o menos independiente, como si el autor hubiera echado mano a su libreta de apuntes cada vez que debía ubicar una acción en el paisaje real. Lugones tiende a iniciar el dibujo de un escenario súbitamente, y la pintura resultante queda como una interpolación. corno un telón que el lector puede, y, a veces, debe descorrer.
Una importante función del paisaje en La guerra gaucha es, desde luego, la de crear una atmósfera adecuada a la narración. A veces la descripción es puramente paisajista y aleatoria, a veces la naturaleza misma, más que el paisaje, forma parte integrante e indispensable del relato épico. Resulta más conveniente, por tanto, examinar por separado
estos dos aspectos fundamentales de la obra.
El relato titulado «Sorpresa» (págs. 39-48) 1 ofrece numerosos ejemplos de fenómenos naturales paralelos, o mejor dicho, ensamblados a la materia narrativa. Al comienzo de la anécdota, la naPara
este estudio hemos empleado la siguiente edición: Leopoldo Luigones,
La guerra gaucha, Buenos Aires, Centurión; 1962. A ella corresponden, sin excepción, los números de página que aparecen entre paréntesis junto a las citas textuales.turaleza está calma; cl ambiente es precisamente lo contrario de lo
que anuncia el título. A medida que se avanza en el relato, «el silencio pesaba como un bloque» (pág. 40). la calma se va haciendo sospechosa. Se empíeza a msínuar una inquietud frente a esta desusada paz.
De pronto. «junto a las monturas algo se movió en el silencio. Una víbora se descolgó a lo largo del tronco con suavidad de bordona, al mismo tiempo que el mendigo alzaba la cabeza» (pág. 46). La naturaleza va perdiendo poco a poco su arcádica belleza y se perciben peligros cercanos tras la sigilosa presencia de esta víbora que lleva connotaciones de traición y muerte. Efectivamente, pocos segundos después, se abre la primera descarga, que abate por docenas a los
patriotas desprevenidos. Lugones usa, por segunda vez, el procedimiento homérico de hacer casi palpable lo intangible, rodeando así el relato de una aureola mítica, fabulosa. Los soldados a quienes el violinista ciego enseñaba el himno, momentos antes, se agrupan a morir bajo el fuego realista
entonando la canción patria recién aprendida: «Como águilas salían de las barbas los versos. Y mascados por esas bocas feroces, golpeaban contra los pechos enemigos acorazados con árboles» (pág. 47).
El capitán de la tropa cae lanzando improperios a sus enemigos escudados en el bosque. Entre el estruendo de las descargas y los gritos de triunfo. Lugones cierra este movimiento formidable, volviendo al tema inicial casi eglógico.
Con el contraste que resulta de esta terminación repentina, el autor logra el toque sumamente eficaz de remansar la atroz anécdota; es, por lo mismo, un momento de virtuosismo, un alarde de maestro.
En el relato que sigue, «Baile» (págs. 53-60), el autor recurre nuevamente a este procedimiento. Así como en la epopeya clásica los agileros anunciaban la suerte de los combatientes, en La guerra gaucha, indicios atmosféricos prefiguran la tragedia: «Reinaba una siniestra quietud, algo alarmante como la precedencia de un acecho»
(págs. 55-56). El ambiente va adquiriendo gravedad cada vez mayor: «Aquel silencio, aquella taciturnidad entre tanta luz, sobrecogían el ánimo» (pág. 56). Llegan los soldados realistas, «borrachos de vino tanto como de sol», al humilde villorrio donde sólo han quedado las mujeres, y empieza el festín bárbaro. Los españoles violan a las mujeres
«a pleno sol». El crimen dama venganza; los criollos, al divisar el humo dcl incendio, acuden al caserío y hacen una ejemplar carnicería entre los «maturrangos».
La intervención directa de fuerzas naturales acrecenta el drama de los acontecimientos. En tal caso, Homero habría dicho que Plutón bramó indignado ante aquella transgresión inaudita de las leyes guerreras y envió castigo a los pérfidos. Lugones produce un terremoto en aquel mismo instante. Se abre la tierra, se siente el mareo del temblor y todo se hunde en polvo y escombros: «. . - y en ese instante, con mugido
de subterráneo huracán, bramé la tierra. El suelo fallé bajo los
pies como peldaño errado de una escalera... ¡El temblor! ¡El temblor!» (pág. 58). La naturaleza entera parece temblar ante la infamia. La descripción del terremoto alcanza todas las tonalidades del horror. Hasta «los árboles torcíanse y los cerros galopaban por el horizonte» (pág. 59). Los personajes humanos se identifican con los elementos; la tierra desgarrada es una réplica de las mujeres ultrajadas; los caballos en desbande y los cerros vecinos comparten el pavor; las descargas de Los soldados tienen eco en el sordo estampido de la tierra hendida por las fuerzas subterráneas. Una mujer huye con su hijo muerto en brazos «entre las montañas que temblaban con su dolon. - Sus entrañas
partidas como las de la comarca natal, escondían también volcanes»(pág. 59).La materia guerrera es reintroducida en «Castigo» (págs. 107-113), y las fuerzas de la naturaleza vienen nuevamente en ayuda de los héroes, como en la epopeya antigua. Es posible que esto sea un elemento
puramente romántico en Lugones, pero la oportunidad y frecuencia con que ocurre permiten suponer que, por sobre las influencias literarias que pudieron gravitar en el autor, pesan sus modelos épicos. Cuando los elementos de la naturaleza intervienen no es la proyección sentimental de los románticos, que veían el paisaje coloreado de acuerdo a los tintes afectivos de su alma. Véase, en apoyo de esta afirmación, cómo participan las fuerzas cósmicas en esta lucha, que Lugones presenta como «de titanes».
«El rayo de Dios y de la Patria, realizando el conjuro, castigaba la impiedad del enemigo y marchaba, a guisa de sable predecesor, con sus batallones de nubes y de artillería de aerolitos, a huracán desplegado
y trueno batiente...» (pág. 113).
En el relato titulado «A muerte» (págs. 129-135), la naturaleza
tiene una función de igual importancia, pero en este caso, como los protagonistas son un soldado herido de muerte y su amante que trata de salvarle la vida, la intervención de la naturaleza es explícitamente
romántica. «El paisaje se contagió con el padecimiento del hombre que agonizaba» (pág. 130), y desde allí hasta el final de la historia, el cielo, la luna, las estrellas, los sapos y los murciélagos, contribuyen a acrecentar la tensión emocional del relato. «La melancolía del crepúsculo
flotaba como un espíritu...» (pág. 130). Con la ayuda de unperro, la muchacha encuentra el cuerpo de su novio herido. Recuerda que hay una caverna cercana a la cual decide arrastrar al moribundo.
«Soplos de viento mezclaban sus cabelleras, removiendo en profunda palpitación la masa del bosque» (pág. 131). La noche se endulza en torno a la trágica pareja, y en el cielo, «delicadas nubecillas, aborregándose en una nevada de luz, encarrujaban por el firmamento livianas
muselinas» (pág. 132).
Más allá, cuando ya les faltan pocos pasos para llegar a la cueva, «una rana, por allá cerca escondida, cacareaba anunciando lluvia» (página 133). Y luego «himplé un puma en la dirección del rancho, al propio tiempo que balaron las ovejas, y el perro se disparó ladrando en aquella dirección» (pág. 134). «Untuoso aroma de helechos llenaba
la caverna. Un murciélago volóse despavorido, manchando fugazmente la blancura lunar» (pág. 134). Como se ve, hay una acumulación de fenómenos y de elementos que dramatizan más, si es posible, la dolorosa historia de esta novia criolla endurecida de rabia, clamante
de venganza.
En «Vado» (págs. 151-157), la naturaleza tropical, desconocida para
las tropas realistas, aparece hostil con el invasor y pone en juego todas sus fuerzas destructoras para perderlo. Los pantanos, las plantas venenosas. las traidoras desigualdades del terreno, el calor, los mosquitos, son otros tantos combatientes que, en ayuda de los criollos, van disminuyendo
la fuerza invasora. La selva sólo recibe a los españoles
«como cadáveres», dice Lugones. dando a entender que en realidad la naturaleza está confabulada con los gauchos.
En el relato que sigue. «Vivac» (págs. 161.169), Lugones da al lector un descanso; es éste un interludio amable. Los soldados de la patria, reunidos junto al fogón, cuentan historietas, toman mate, en un momentáneo
olvido de la guerra. El autor aprovecha este instante para
introducir una serie de elementos tradicionales, leyendas, fábulas, destinados a completar, indirectamente, la imagen de aquellos hombres rudos a quienes sólo conoce el lector en el combate, la persecución, la retirada. Faltaba el lado espiritual de los gauchos. Ahora se revela en qué creen, de qué visiones está compuesto su espíritu, qué ideas, creencias y esperanzas alientan en su alma. La naturaleza, en esta
ocasión, también reposa: «La paz del bosque profundizábase en torno del fogón» (pág. 166).
En el cuento «Al rastro» (págs. 205-215), uno de los mejores de la serie, juntamente con «Alerta», también el cielo preanuncia con su
atardecer rojizo, sus lejanos relámpagos, el incendio que desatan los gauchos sobre el desprevenido sueño de los realistas. Y aun aquel ircendio fue ayudado por «el viento que sopla cuando se pone la luna».
Más aún, cuando los realistas creían haber dominado el incendio por el método del contrafoguco, «el viento se encaprichó». cambió de dirección y siguió ayudando al fuego en su mortífera tarea. En un momento dado, dice Lugones: «Aquellos soldados maniobraban tácticamente
bajo el dosel dc fuego, con tan heroica temeridad, que los cerros lejanos decían ¡bien! bajo sus embazos de nieve» (pág. 211).
En el último relato del libro (págs. 263-271), página alegórica donde
se presenta, a Jo lejos y nimbada de gloria, la figura de Oñemes, el autor recurre a todos los elementos, naturales, retóricos, poéticos, que
hagan más patente la apoteosis. En este capítulo, pues, son más numerosos
y más intensos los procedimientos del tipo ya analizado.
He preferido dividir este tema en dos instancias por razones de método; porque Lugones usa con dos fines distintos la naturaleza y el paisaje. Entiendo por naturaleza la realidad natural, los elementos, los animales y las plantas. Al hablar de la naturaleza en La guerra gaucha, me refiero a los lugares en que dichos elementos sufren cambios, es decir, se dinamizan en una dirección paralela a los héroes de la epopeya.
Además, este dinamismo natural es interpretado aquí como la
adaptación moderna que Lugones hace de las deidades que en la época clásica intervenían en las guerras y otros asuntos humanos. Se puede
observar que esta naturaleza dinamizada, activa, «interesada» en favor de un bando, es distinta de la naturaleza descriptiva, pintada, estática
que suele enmarcar las narraciones. Sólo en el período romántico se encuentran escritores para quienes la naturaleza está animada de idénticas emociones que los protagonistas. Salvo muy pocos ejemplos, en esta obra de Lugones, el tratamiento de la naturaleza se convierte en un recurso cuyo fin es, además, la creación de una atmósfera mítica.
El relato épico tiene que ser distinto del novelesco. El punto está claro en la advertencia que Ligones hace en el prólogo, referente al hecho de que La guerra gaucha no es una novela. Para que la narración cobre grandeza, para que deje la impresión de una colosal convulsión, para que sea la reproducción verbal de los orígenes de un pueblo, para rodearía de una aureola fabulosa en que los héroes adquieran
la estatura de dioses, era preciso —especialmente en el siglo
xx— infundir a los hechos narrados todo el poder cósmico que
Homero o Virgilio encontraban en los dioses imprevisibles del Olimpo.
Lugones utiliza para ello los fenómenos naturales, que en las montañas del trópico americano tienen realmente proporciones gigantescas.
Una simple tormenta, un viento, un arroyo crecido, pueden ser fuerzas formidables de destrucción. Por eso la intervención de rayos, temblores, vientos y tempestades en La guerra gaucha adquiere, en virtud de una eficaz asimilación estética, cierta verosimilitud.
En cuanto al paisaje, aunque ya el término está más o menos precisado,
por exclusión, conviene advertir que llamo paisaje en este
estudio a la descripción estática, pictórica de la naturaleza. Lugones conoció el amplio territorio salteño desde el altiplano del norte con sus profundas quebradas, hasta las selvas impenetrables del llamado
«chaco» salteño, los ríos, los valles y hasta la composición geológica de las montañas. Cada vez que inserta una página descriptiva del paisaje, ésta constituye una entidad independiente del relato y bien podría
cercenársela del texto sin que éste perdiera en absoluto. Ahí están estos trozos por lo general poemáticos, donde el poder observador de Lugones, su erudición científica y su conocimiento casi profesional de
los colores, le permite demorarse en la pintura minuciosa y exacta del escenario.

ROBERT M. SCARI
Universidad de California; Davis

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