Alicia A. Fernández
Distel (2016)
Algunos datos a
tener en cuenta
En el Alto Perú, o sea
en los actuales estados andinos de Perú y Bolivia, área circundante del Lago
Titicaca, pleno Altiplano sudamericano, las rebeliones contra la opresión del español se agrupan en
dos momentos: el primero cercano al descubrimiento y conquista por parte de los
europeos entre 1536 y 1572, el segundo doscientos años después entre los años 1770 y 1790.
En el primer
momento resalta la figura de Tupac Amaru (o 1ª), auténtico Inca decapitado por
los españoles. En el segundo sobresale la figura del cacique José Gabriel
Condorcanqui (Tupac Amaru 2ª). También la de otro rebelde: Tupac Catari con su
cerco a la ciudad de La Paz (1781-82). Ver mapa adjunto extraído de Bidondo,
1989.
Avanzando hacia el
Sur, hacia los límites del dominio español, los testimonios sobre
levantamientos se esfuman, al intervenir etnias extra-andinas no incluidas en
el área más oprimida por el sistema colonizador.
Los Incas, respecto
al primer grupo de protestas, ya tenían su experiencia, del momento que entre
los años 1450 y 1480 venían de reprimir ellos, y en cierta manera replegarse, el
avance chiriguano (guaraníes) desde el Oriente.
En los Archivos
Históricos de nuestras provincias y en el de Indias de Sevilla (España), pueden
consultarse documentos del último periodo colonial que se explayan sobre el
segundo grupo de insurrecciones, aludiendo a Tupac Amaru (2ª). Respecto al
primer grupo de protestas quedan también documentos, aunque prima la historia
oral. En este marco, sobresale en la oralidad de Jujuy el tema del “rescate en
oro” solicitado desde Perú, para salvar al Inca.
Otro grupo de
leyendas entran en el plano del mesianismo al proclamar el regreso del Inca, en
la figura de Incarrí o Inca Rey.
Casi todos los historiadores
de las repúblicas andinas nacidas luego de la expulsión de los españoles
coinciden en señalar que el levantamiento de José Condorcanqui es un
antecedente de sus “Independencias”. Sobre todo por integrar a esclavos, criollos,
mestizos, españoles librepensadores (Valcarcel sin año).
Como antecedente
libertario, el movimiento de Tupac Amaru 2 significó un alerta a la capital del
Virreinato del Río de La Plata, que mandó tropas pacificadoras desde Buenos
Aires al Alto Perú.
Alzamiento de Tupac
Amaru 2 en Jujuy
Dice Boneslao
Lewin, autor del libro “La insurrección de Tupac Amaru”, que la noticia de la
existencia de un conato de rebelión allá en Cuzco (Perú) había llegado a Jujuy
y Salta con rapidez. Había una cierta fascinación por la figura del “Inca
rebelde” (Condorcanqui- Tupac Amaru 2ª). Indios y plebe deseaban actuar en
concordancia con lo que sucedía allá lejos y se aglutinaron en torno a la
figura de José Quiroga. No se sabe si era precisamente un toba o un mestizo,
pero actuaba como traductor del idioma toba allá en la Misión de San Ignacio de
Los Tobas, hoy zona de Ledesma.
Aprovechando sus
relaciones con distintas etnías chaqueñas, pues además de interprete había sido
soldado en varios Fuertes españoles de la región, Quiroga, en el otoño de 1781
intenta organizar una toma de la ciudad de San Salvador de Velazco (Jujuy). Si
bien apoderarse de la ciudad les fue imposible, por distintos pasos en falso y
delación de las tácticas, sí les fue factible
atacar el Fuerte del Río Negro (conocido también como Chalicán).
Trascendieron
nombres de cabecillas de Quiroga, como ser Gregorio Suárez y Basilio Erazo. Hoy
se reconocen como próceres a sus represores: Gregorio Zegada como el militar actuante,
José de la Cuadra como Alcalde del Cabildo Jujeño, Andrés Mestre como
Gobernador de Tucumán.
En la Puna también
hubo repercusiones que fueron más conmovedoras, del momento que aquí es el
elemento poblacional coya, con su mentado caracter hermético y pasivo, quien se
sensibilizó con las noticias que llegaban desde el Alto Perú.
Rinconada,
Cochinoca, Santa Catalina, Casabindo fueron lugares con alzamientos propios
como el del gobernador indio de Rinconada Manuel Caraguara quien avanzó con un
ejército propio hasta la capital de Jujuy; y libró batalla el 28 de junio de
1781.
Para el mes
siguiente cuenta una rebelión en la zona productiva (o de Valles de Jujuy)
donde intervienen tobas, sin quedar aclarado si se inscribe en un ataque
concertado con todo lo anterior.
La Ciudad de San
Salvador de Velazco en el Valle de Jujuy, en mérito a la formidable represión y
cruento castigo a los rebeldes recibió el título otorgado por el Rey de España
Carlos III de “Muy leal y Constante” (1785). Ello como reflejo de la distinción
de “Fidelísima” que había recibido Cuzco (Perú).
Las mujeres – las
banderas
Si algo hay que rescatar de la segunda insurrección en el Alto Perú es
la importante intervención de esposas y “cacicas”, es decir mujeres que
ejercían el cacicazgo en la sociedad aymara, profundamente matriarcal. Para lo
de Jujuy, no hay datos.
Errónea es la postura de Pigna (2015) quien nos cuenta que las mujeres,
entre tiempo de los encontronazos, tejían “mantas con los colores prohibidos
por los españoles” y que de allí surgió la bandera multicolor cuadriculada con
los tintes del arco iris que hoy se enarbola no oficialmente en toda la región.
Primero que no hay datos de que hubiera colores prohibidos por los
conquistadores. Segundo, que multitud de documentos hablan de una bandera
blanca (igual que su caballo) que siempre llevaba José Gabriel Condorcanqui.
Fantasías aparte, sería conveniente que los responsables de aleccionar con
datos históricos lo hagan convenientemente.
El cacique
Condorcanqui, “Inca rebelde” o impostor, entró al ideario andino con el halo
del continentalismo, al autoproclamarse “Inca y Rey del Perú, Quito, Buenos
Aires y los continentes del mar del Sur, señor de Río de las Amazonas con
dominio sobre el Gran Paititi”; su esposa Micaela Bastida tardó en entrar en la
historia. Recién será cuando se generalicen los problemas de género finalizando
el siglo XX se la reconocerá.
Sobre martirios y
puniciones
El fenómeno universal
y sensibilizador de multitudes que es el martirio cruento dejó su huella en el
crecimiento de la figura del arrogante cacique Condorcanqui: los españoles,
allá en Cuzco, lo condenaron a morir descuartizado, aunque terminó siendo
ahorcado un 18 de mayo de 1781.Su familia y acólitos sufrieron parecidas
afrentas.
Aunque todo se
había desencadenado allí en el pueblo de Tupac Amaru 2 cuando él a su vez ahorca
al Corregidos español y martiriza a quienes apoyaban el régimen. Cuenta el
peruano Valcarcel, basándose en buena información que Condorcanqui pagaba a su
tropa por español muerto.
Qué nos dice la
historiografía del siglo XXI
Superados los
espurios intereses académicos de la historia económica y social marxista, que,
muy romántica ella, veía al nativo andino como un ser absolutamente armonioso y
coherente con su entorno, surgieron escuelas analíticas y propensas a leer la
“letra chica” en los documentos coloniales.
En este marco se
inscribe Daniel Santamaría quien además se especializa en la etnohistoria. El
tema de Tupac Amaru 2 no les es indiferente y tiene su opinión al respecto. El
conflicto interétnico, como realidad histórica no es de minimizar, dice. Sin
embargo, sostiene:
“La incorporación
indígena debió enfrentar posiciones más o menos amplias, pero no estructurales
y, a menudo, los desajustes en la incorporación produjeron conflictos puntuales,
que una vez superados, permitieron que esa incorporación continuase” (2008:15).
En el mismo
artículo se pregunta sobre si las fricciones interétnicas en los Andes
configuran una onda permanente o si constituyen conflictos específicos
derivados del proceso de adaptación al sistema colonial. Poniendo como salvedad
que, al analizar documentos, él encuentra intencionalidad en aquellos cronistas
del siglo XVIII y XIX en borrar los límites entre lo indígena, lo criollo y lo
mestizo, hay que avanzar sobre el tema de la crisis final de crecimiento
y prosperidad del sistema colonial. Tal vez allí haya muchas respuestas a
nuestras revueltas independentistas.
Esa es la posición
que tiene el movimiento tupamarista en la historia de América. Ya preanunciada
en esos censos y visitas a comunidades en las que se registra una plebe
multiétnica. Los sectores populares, en la América Andina del siglo XVIII,
estaban integrados por gente de todas las castas y en todas sus mezclas
posibles. Dice el historiador:
“Vivían en el seno
de la sociedad colonial o en fronteras reconocibles, conocidas y en muchos
casos controladas. Trabajaban para los productores o tenían sus propios
negocios de pequeña escala. En el censo de 1778 solo la cuarta parte de la
población de San Salvador de Jujuy era clasificada como española; otra cuarta
parte se reputaba mestiza; un quince por ciento indígena y poco más de la
tercera parte mezclas de africanos” (2008:18).
En este marco es de
entenderse que miles de indígenas acriollados (la plebe de Jujuy) hayan
colaborado con las autoridades virreinales para reprimir alzamientos en las
yungas y en la Puna. También que hayan participado de los ejércitos creados ad
hoc para reforzar la seguridad de ciudades, misiones y fuertes. Ello no
obnubilaba al pueblo- la plebe- la soldadesca mezclada y el relato tupamaro iba
creciendo y hoy en pleno siglo XXI tenemos repercusiones.
Además de los autos
y expedientes escritos qué hay de la iconografía
Hay distinta
iconografía (arte rupestre pintado) que parecería representar las Guerras
Omaguacas (1561-1594), sobre todo concentrada en pasos y quebradas a donde esta
etnia se había refugiado para resistir la primera entrada del español ( Fernández Distel 1992). Es una imaginería
sintetizable en la exploración de la figura del caballo, animal nunca antes
visto.
Verdaderas crónicas
pintadas en las piedras donde se ilustran batallas entre hombres de a caballo y
con armas de fuego e indios de a pie y con sus hondas, lanzas, picas, macanas,
sólo se ven en la zona del lago Titicaca. Concretamente en el sitio WayllaPhu´ju, donde se pintó en blanco,
amarillo, negro y rojo. Se ve allí la
crónica de una batalla en la que intervienen 180 personas algunas montadas y
otras a pie. Se ven animales arreados, y la representación de los hombrecitos
caminando en actitud de marcha y blandiendo el arma (de fuego y de las otras)
es bien clara. Los trajes amarillos y rojos de los españoles no dejan dudas.
Según los especialistas (Strecker 2002) es una representación de batalla en el
marco de la rebelión de Tupac Catari, para la misma época de la de Tupac Amaru
2ª en Cuzco.
Es de esperar
encontrar algo así en nuestra zona andina meridional, aunque, como opina
Santamaría, las repercusiones de lo que acontecía en Cuzco en 1781, fueron
mínimas en Jujuy.
Otro capítulo
aparte y relacionado con la adaptación del hombre al sistema político
hegemónico sería todo lo relacionado con Quera, en la Puna, en el siglo XIX, de
lo cual tampoco hay iconografía.
El
panel pintado de la batalla en Waylla Phu´ju, Bolivia
Mapa
tomado de Bidondo 1989, El Alto Perú, insurrección, libertad, Independencia,
Buenos Aires,549 p.
Arte Rupestre en Barrancas-Abdón Castro Tolay
mostrando escena de luchar y hechicería